20171210

La agricultura periurbana produce alimentos y trabajo para millones de argentinos


Editorial escrita por el Director Nacional del INTA, Ing. Agr. Héctor Mario Espina, para el Boletín Digital "Producción Periurbana" N° 3, de la EEA AMBA.
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La decisión institucional para que la Estación Experimental Agropecuaria AMBA dependa actualmente de la Dirección Nacional de nuestro organismo, obedece a la necesidad de fortalecer aún más la tarea en un territorio distintivo como es el Periurbano. Con más de 14 millones de habitantes el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) contiene un periurbarno con una producción única de alimentos y trabajo que debe fortalecerse con una tarea constante junto a 39 municipios y los productores locales a quienes debemos acompañarlos en un crecimiento que vaya de la mano del agregado de valor en origen.
 El INTA AMBA Tiene la premisa de dar respuesta a los problemas y debilidades identificados en los territorios vinculados a la agricultura urbana y periurbana. Esto lo hace poniendo énfasis en el enfoque agroecológico para producir alimentos más saludables, realizar aportes a la sustentabilidad ambiental y mejorar la competitividad de la producción.
En este sentido desde la Dirección Nacional del INTA apostamos al fortalecimiento de las áreas periurbanas de todo el país, sobre todo en aquellas provincias con grandes ciudades urbanizadas que conviven con la producción agropecuaria. Es esta una realidad que se observa, también, en distintos países de Sudamérica. Por caso, técnicos del INTA AMBA estuvieron trabajando en Asunción del Paraguay donde aportaron su mirada y conocimiento del trabajo que realizan cotidianamente en las márgenes ciudadanas y rurales.
Para el INTA es un desafío y lo queremos fortificar desde la convicción de saber que contamos con un equipo de profesionales comprometidos con su labor que diariamente recorre a productores quienes desde sus pequeñas parcelas y plena diversidad alimentan a millones de argentinos abasteciendo mercados y ferias en toda la región. Hacia ellos nuestro mayor empeño y deseos de crecimiento.

Héctor Mario Espina
Director Nacional
INTA
Para más información:
EEA AMBA - Comunicación
eeaamba.comunica@inta.gob.ar

REFERENCIAS

Localización geográfica:

20170821

MERCADOS FRUTIHORTICOLAS DEL AMBA




20170818


Jornada de Espacios de Comercialización de la Agricultura Familiar y Periurbana

Jornada de Espacios de Comercialización de
la Agricultura Familiar y Periurbana


Fecha y Hora: 17 agosto 2017, a partir de las 8,30 hasta las 16hs.
Dirección: en el Instituto de prospectivas del INTA, Rivadavia N° 1250 Piso 3.


CRONOGRAMA

9.00 ronda de presentación de cada uno y objetivos personales/ institucionales/ generales de la jornada.

10.00 Taller 1: mapa de mercados y mapa de actores: ¿a qué / a quiénes nos referimos cuando hablamos de espacios de comercialización, de agricultura familiar y periurbana? Dos grupos de trabajo.

10.40 Plenario: presentación de resultados y puesta en común.

11.20 taller 2: los espacios de comercialización como herramientas para la seguridad alimentaria: productores, vendedores, consumidores, políticos frente a la satisfacción de una necesidad básica. Cuatro grupos de trabajo.

12.20 Plenario: presentación de resultados y puesta en común.

13.20 Almuerzo libre

14.00 formación de precios y vulnerabilidad: ¿quién se apropia de la renta? ¿Estandarización versus saberes locales?

15.00 Plenario: presentación de resultados y puesta en común.
16.00 Propuestas y herramientas concretas para construir una gobernanza alimentaria. Ronda de conclusiones



Participantes:

·                Julie de Gall. Ens de lyon
·                Gustavo Tito. EEA Área Metropolitana de Buenos Aires
·                Sebastián Grenoville. EEA Área Metropolitana de Buenos Aires
·                Peter Aboitiz. AER Moreno
·                Mariana Moricz. AER Avellaneda
·                Martín Bruno. EEA Área Metropolitana de Buenos Aires
·                Mercedes Caracciolo. Universidad de San Martín
·            Lisandro Martínez. Instituto de Prospectiva
·            Francisco Pescio EEA Área Metropolitana de Buenos Aires




20170701

La agricultura periurbana produce alimentos y trabajo para millones de argentinos

 

Editorial escrita por el Director Nacional del INTA, Ing. Agr. Héctor Mario Espina, para el Boletín Digital "Producción Periurbana" N° 3, de la EEA AMBA.
Martes, 13 Junio, 2017
La decisión institucional para que la Estación Experimental Agropecuaria AMBA dependa actualmente de la Dirección Nacional de nuestro organismo, obedece a la necesidad de fortalecer aún más la tarea en un territorio distintivo como es el Periurbano. Con más de 14 millones de habitantes el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) contiene un periurbarno con una producción única de alimentos y trabajo que debe fortalecerse con una tarea constante junto a 39 municipios y los productores locales a quienes debemos acompañarlos en un crecimiento que vaya de la mano del agregado de valor en origen.
 El INTA AMBA Tiene la premisa de dar respuesta a los problemas y debilidades identificados en los territorios vinculados a la agricultura urbana y periurbana. Esto lo hace poniendo énfasis en el enfoque agroecológico para producir alimentos más saludables, realizar aportes a la sustentabilidad ambiental y mejorar la competitividad de la producción.
En este sentido desde la Dirección Nacional del INTA apostamos al fortalecimiento de las áreas periurbanas de todo el país, sobre todo en aquellas provincias con grandes ciudades urbanizadas que conviven con la producción agropecuaria. Es esta una realidad que se observa, también, en distintos países de Sudamérica. Por caso, técnicos del INTA AMBA estuvieron trabajando en Asunción del Paraguay donde aportaron su mirada y conocimiento del trabajo que realizan cotidianamente en las márgenes ciudadanas y rurales.
Para el INTA es un desafío y lo queremos fortificar desde la convicción de saber que contamos con un equipo de profesionales comprometidos con su labor que diariamente recorre a productores quienes desde sus pequeñas parcelas y plena diversidad alimentan a millones de argentinos abasteciendo mercados y ferias en toda la región. Hacia ellos nuestro mayor empeño y deseos de crecimiento.

Héctor Mario Espina
Director Nacional
INTA

20170618

1º Encuentro Nacional sobre Periurbanos e interfaces críticas

Periurbanos hacia el consenso
http://inta.gob.ar/sites/default/files/styles/intelligent_resizer_-_small_-_600/public/periurbanos_0.jpg?itok=5ck5LWqA
Ciudad, ambiente y producción: propuestas para reordenar el territorio 1º Encuentro Nacional sobre Periurbanos e interfaces críticas 2ª Reunión Científica del PNNAT y 3ra Reunión de la red periuban
INVITACIÓN: El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) convoca a Universidades, Municipios, asociaciones e instituciones tanto públicas como privadas a participar activamente y enviar trabajos al encuentro nacional “Periurbanos hacia el Consenso”.  En este evento se presentarán y debatirán investigaciones y temas relacionados con las problemáticas y propuestas o prácticas sustentables y adecuadas para las interfases territoriales urbano-rural y urbano-rural-natural en sus diferentes dimensiones (productiva, social, política, económica, ambiental, de infraestructura, de planificación, etc.)
            Fecha: 12, 13 y 14 de Septiembre de 2017
Lugar: Ciudad de Córdoba. Auditorio Ciudad de las Artes (Av. Pablo Ricchieri 1999, Barrio Rogelio Martínez, Ciudad de Córdoba, Argentina)
Convocan: INTA: Programa Nacional de Recursos Naturales (PNNAT), Centro Regional Córdoba (EEA Manfredi y EEA Marcos Juarez) y Centro de Investigaciones Agropecuarias- CIAP (IPAVE e IFRGV)
Co-organizan: Colegio de Ing. Agrónomos de Córdoba (CIAPC); PNSEPT (Programa Nacional para el Desarrollo y la Sustentabilidad de los Territorios); Programas Nacionales, Redes e Institutos de INTA, Universidades y otras instituciones que irán sumándose a la convocatoria.
 
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20170615

La conquista boliviana Por Emilia Erbetta


La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad. 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • María Luz Romero, quintera de La Plata.

Por Emilia Erbetta

Fotos de Javier Heinzmann

No hay pileta, ni hamacas, ni una casa de ladrillo a la vista con alero y parrilla, ni olor a pasto recién cortado, pero esto igual es una quinta. Dos perros les ladran a los autos y un camino de tierra conduce a varias hectáreas protegidas del sol, el viento y el granizo por invernáculos de nailon blanco, donde el tomate crece desde hace tres meses y tiene la altura de una persona mediana. También hay algunas casitas levantadas con listones de madera, que consisten en una habitación y una cocina y, más allá, cientos de cajones de verdura vacíos, encastrados como en un tetris. 
Las plantas son tan altas como su dueña, María Luz Romero, que se para entre dos surcos con su sombrero de cowgirl y las mangas de la camisa manchadas con una mezcla de tierra, fertilizante y agua, y explica: "Compramos la semilla y la damos a almacigar. Porque es muy delicada". Tan delicada que no puede meterse directamente en la tierra: hay que germinarlas en unas bandejas hasta que prendan bien y puedan ser trasplantadas. Eso es almacigar. "El primer paso es pasar la rastra por la tierra, después el cincel y después la rotativa. Después curás la tierra y le ponés el tomate. Las semillas las ponemos entre dos o tres personas en una mañana. Lo dejamos hasta que salen los primeros brotes y va largando su flor. Cuando sale el primero ya tenés que empezar a cuidarla", dice María Luz. 
A cada flor le aplican ácido 0-2-naftil glicólico, una hormona para ayudar a la formación del fruto, y si todo sale bien, de cada una va a salir una corona de cinco tomates. Cuando sea el momento, y ya estén rojos, ella y su marido van a arrancarlos uno por uno, a mano, para embalarlos en cajones de 18 kilos. 
Ahora son las nueve y María Luz está trabajando en el invernáculo desde que empezó a clarear. A pocos metros, su marido, Felipe, se encorva sobre una planta de tomate y es imposible verle los ojos porque un sombrero le cubre la cara, que tiene metida entre las hojas mientras las manos trabajan rápido. Más allá, uno de sus paisanos camina con una mochila que parece un tanque de buzo, pero, en vez de oxígeno, tiene un plaguicida para combatir "la arañuela", una plaga que les puede arruinar meses de trabajo. El sol de la mañana viene calentando el nailon blanco del invernáculo, una carpa tan grande como una pileta de natación. Hay que aprovechar el fresco porque en unas horas el calor va a ser inaguantable. 
María, Felipe, el otro paisano y todos sus vecinos quinteros son de Tarija, una provincia al sur de Bolivia que limita con Jujuy. Para llegar a sus quintas de El Peligro, a 22 kilómetros del centro de La Plata, hay que transitar el mismo camino irregular por el que lunes, miércoles y viernes se bambolean los cientos de camiones que llevan y traen cajones desde las quintas hasta los más de diez mercados que abastecen las verdulerías donde compran los 13 millones de personas que viven en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Cuando María y Felipe salen de la cama en su casilla y caminan unos metros hasta los invernáculos donde también hay lechuga, rúcula, espinaca y radicheta, todavía no salió el sol. En la casa siguen durmiendo sus hijos adolescentes, José, Eduardo y Brian. En un pedacito "a campo" crecen el brócoli y la acelga, organismos mutantes de hojas enormes que, vistos así, en estado natural, se parecen poco al producto que compramos en la verdulería. 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • La fumigación es uno de los pasos en la producción de verdura.

La bolivianización de la horticultura empezó en los años ochenta, se profundizó en los noventa y se aceleró entre 1998 y 2002, gracias a lo que los académicos llaman las "estrategias capitalistas con rasgos campesinos", que los inmigrantes bolivianos pusieron en marcha para sobrevivir y que en pocos años les permitieron copar toda la cadena hortícola, desde la producción hasta la distribución y la venta. Por eso casi no quedan criollos en las quintas de El Peligro, ni en las de Colonia Urquiza ni en Escobar, Pilar o Luján. En el cinturón hortícola bonaerense, pero también en los que rodean otras grandes ciudades como Mendoza, Mar del Plata, Córdoba o Rosario, los productores son casi todos bolivianos, como a principios del siglo XX eran mayoría de italianos y portugueses. En la Argentina, la horticultura siempre fue cosa de inmigrantes recientes: el tipo de actividad a la que los locales no quieren ponerle el cuerpo porque exige poquísimas horas de sueño, trabajo nocturno y un ritmo que puede llegar a las veinte horas por día. 
El sociólogo Roberto Benencia acuñó hace varios años el concepto de "escalera boliviana" para explicar el proceso de movilidad social ascendente de cuatro pasos, donde cada uno representa un lugar mejor posicionado en la estructura de la cadena hortícola. En la escalera los horticultores bolivianos (como antes los italianos) empiezan como peones, después son medieros, más tarde arrendatarios y, si logran capitalizarse, compran la tierra. María está en un punto intermedio: ella y Felipe ya trabajaron de peones y de medieros para un quintero potosino en Colonia Urquiza. La mediería supone que el patrón pone la tierra y el 50% del capital y se lleva el 50% de las ganancias. Después pudieron arrendar una parcela, y ahí están ahora, pagando 600 pesos por hectárea a un japonés al que nunca le vieron la cara. Que lleguen a ser propietarios es improbable: en todos lados, el precio de la tierra sube porque si no aprieta la soja, avanzan los countries y cada vez hay menos tierra disponible para la horticultura. 
"Los horticultores bolivianos han repetido el mismo proceso que los italianos, pero en un tiempo muy corto. Más que una cuestión de si son bolivianos o no, lo importante es su condición de inmigrantes y de ex campesinos. Los horticultores bolivianos o descendientes de bolivianos tienen comportamientos diferentes a los de los trabajadores descendientes de italianos, que con el paso de las generaciones se fueron aburguesando y perdieron características campesinas", explica Matías García, ingeniero agrónomo y doctor por la Universidad Nacional de La Plata, que investigó las transformaciones en la horticultura y el rol de los bolivianos en ese proceso. 
Explotación de la mano de obra propia y familiar y privilegio de la unidad de producción por sobre la de consumo resumen la fórmula de estos horticultores con rasgos campesinos. Sea poca o mucha, toda la plata que entra va a la quinta. Son las mismas prácticas que en su momento también tuvieron los inmigrantes europeos que llegaron como trabajadores pauperizados a la Argentina en la primera mitad del siglo XX. Esto (y la imposibilidad de acceder a la tierra) explica que María y Felipe -como sus vecinos- puedan llegar a invertir 200.000 pesos en una hectárea de tomate bajo invernáculo, pero vivan en una casita de madera. 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • María Teresa Choque, quintera de La Plata.

Los Censos Nacionales de Población y Vivienda de 1980, 1991 y 2001 muestran que el flujo migratorio desde Bolivia hacia Argentina creció de manera sostenida, aunque en la década del noventa la población boliviana acá se duplicó por la combinación entre la situación económica en Bolivia y el uno a uno que hacía de la Argentina un destino tentador para los inmigrantes. Aunque el Censo de 2010 contó 345.272 bolivianos, en el Consulado del Estado Plurinacional de Bolivia estiman que pueden ser hasta un millón: quizás el 10% de la población boliviana viva en la Argentina. 
María tenía 17 años cuando cruzó la frontera argentina por Jujuy y viajó dos días hasta La Plata. En Tarija, ella había aprendido a trabajar desde los 12: su papá tenía un pedacito de tierra en el que plantaban maíz, sorgo y papa. Cuando llegó a La Plata, entonces, algo de experiencia tenía, pero casi todo lo aprendió acá, pululando de quinta en quinta, observando cómo trabajaban sus paisanos y sus patrones, porque la agricultura comercial argentina (altamente tecnificada, orientada al mercado, con compra de semillas y uso intensivo de agroquímicos) tiene muy poco que ver con lo que hacía su papá en Bolivia. 
Aunque en el Cinturón Hortícola de La Plata hay 2.500 hectáreas de invernáculo –la mitad de la superficie cubierta de todo el país–, el nivel de organización de los horticultores es mucho menor que en la zona norte y oeste del conurbano bonaerense, donde están la mayor parte de los mercados bolivianos y las colectividades más fuertes. Ahí, a Escobar, fue Evo Morales en una de sus visitas a la Argentina. Este contraste entre los quinteros pauperizados del sur y los comercializadores del norte tiene dos explicaciones posibles: una dice que la diferencia radica en que en Escobar y en Pilar hace cuarenta años se asentaron una mayoría de potosinos, de tradición combativa por el trabajo de los gremios en las minas, mientras que el sur recibió durante los noventa una mayoría de campesinos habituados al trabajo de la tierra en zonas donde el vecino más cercano puede estar a dos cerros de distancia. Esto podría explicar la diferencia en los grados de organización comunitaria y la articulación con el Estado, que es muy alta en Escobar y Pilar, y casi nula en el sur del conurbano. 
Para García, la explicación es más económica que étnica: el desarrollo de los invernáculos y la fuerte explotación de mano de obra -propia y ajena- de los horticultores bolivianos de La Plata hace que, por precio y calidad, las hortalizas platenses se vendan mucho mejor que las de Moreno o Pilar, por ejemplo, y eso promueve que los productores de esas zonas se transformen en comerciantes y les convenga revender la producción platense en mercados propios. 
Los Romero estarán subiendo la escalera pero, por ahora, la quinta les alcanza para sobrevivir y reinvertir para mantener la estructura productiva, comprar la semilla, el fertilizante, el agroquímico, arreglar el nailon, y vivir puchereándola. Es raro que contraten un peón: María no le confía a nadie sus tomates; prefiere, cuando hay mucho trabajo, buscar a alguien que la ayude con la cocina. La quinta es resistir, esperar un año bueno que salve los flojos. Los productores manejan mucho capital, pero con márgenes de ganancia muy chicos. Si hay una temporada buena, María y Felipe van a invertir en cosas que se puedan llevar: una moto para ir a comprar "los remedios", como llaman a los agroquímicos, un auto para mover a la familia, un viaje a Bolivia, un tractorcito, una fumigadora. A simple vista serán unos rollos de nailon y unas cuantas vigas de madera, pero todo suma, y María gastó 60.000 pesos en su invernáculo nuevo, que ahora cubre una veintena de surcos de cuarenta metros de largo donde el tomate apenas empieza a crecer. Mucha plata para una familia productora que vive cajón por cajón y, muchas veces, no puede ponerle precio a su producción. 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • Felipe y María Luz desmalezan las plantas de tomate.

Mercados bolivianos
Al Mercado Frutihortícola de Escobar se va de noche. En sus dos galpones, la geografía la definen los cajones de madera que se apilan en torres de varios metros de altura, formando pasillos por los que circulan los changarines mientras empujan los carros metálicos. Hay que correrse: el carro se mueve frenético y el runrún de las ruedas contra el piso de cemento compite con el prip del Nextel como banda sonora de la madrugada. El Mercado Frutihortícola de Escobar está en el barrio Lambertuchi, muy cerca de la zona de quintas y rodeado de casas bajas. Para entrar hay que atravesar una reja, una garita de seguridad y pagar dos pesos. Totalmente a oscuras, en un predio contiguo de siete hectáreas, está el polideportivo donde Evo jugó al fútbol con algunos compatriotas. De lejos, los tinglados parecen iglúes gigantes. 
Es de noche, pero los fluorescentes simulan un día sin matices. En los playones, son todos hombres los que cargan los camiones de frutas y verduras que van a cruzar el conurbano hasta llegar a alguna verdulería. Cajas de camiones y camionetas que se llenan de lechuga, acelga, frutillas, naranjas, mandarinas, berenjenas, repollos, espinaca, rúcula. 
La fruta viene de varias provincias del país –en muchos casos, cosechada también por peones golondrina bolivianos–, pero el viaje de las hortalizas es mucho más corto.  
En 1995 todos los socios de la Asociación Civil Colectividad Boliviana de Escobar pusieron plata para construir la primera nave de lo que hoy es el Mercado. Se habían juntado a fines de la década del ochenta para "representar a los paisanos" ante las autoridades locales y la policía. En 1996 construyeron una segunda nave y se convirtieron en el primero de varios mercados que se abrirían en los años siguientes en la zona norte y oeste del conurbano bonaerense.  
Vender directo y controlar el precio de la propia producción es la línea de llegada de la escalera boliviana. "El Mercado de Escobar empezó con algunos que estaban en el principio de su capitalización. Ellos arrendaban o eran medieros que sacaban la verdura a escondidas de sus patrones y se ponían a vender en la calle, como hacían en Bolivia", relata la antropóloga Cynthia Pizarro, que estudia los procesos identitarios de los inmigrantes en la Argentina y trabajó especialmente con la comunidad boliviana de Escobar. 
En los años siguientes, se formaron mercados bolivianos en Pilar (el 2 de Abril), Morón (el Saropalca), Luján (de la cooperativa Copacabana), Moreno (el Nor Chichas) y Mercedes. Todos arrancaron copiando el modelo escobarense y formaron asociaciones civiles o cooperativas de productores o comercializadores. En el Mercado Central y en los mercados de La Matanza, Beccar, Berazategui, Avellaneda y Liniers, también los productores o comercializadores bolivianos tienen un lugar en las naves centrales o en los sectores de playa libre, donde hace veinte años las mujeres bolivianas empezaron a vender muy barata la verdura que traían de las quintas. 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • Alejandro Pérez Martínez produce y comercializa en Colonia Urquiza.

"Hoy los bolivianos han logrado tener sus puestos también en el Mercado Central y cuando van a comprar ya tienen sus contactos. Estas redes, que tienen que ver con los mismos lazos familiares, vecinales, de amistad, permiten que el verdulero cuando va a comprar al Mercado Central sienta que está tratando con un par, mucho más que si está tratando con un criollo, que muchas veces se aprovecha, lo mira mal o lo discrimina", explica Pizarro. 
En el 2000 hubo varios ataques xenófobos en Escobar que incluyeron robos, palizas y torturas. Algunos de ellos tuvieron visibilidad en los medios. En ese momento, el ahora juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni era titular del Inadi y explicaba que la situación estaba relacionada con la valorización de las tierras donde vivían las familias bolivianas. Pizarro lo pone en términos más conceptuales: "La inmigración europea fue siempre bien vista en la Argentina, mientras que los latinoamericanos representan lo que se quería combatir. La mujer boliviana vendiendo en la calle es el fantasma de lo indígena de vuelta en la ciudad". Como sea, esa ola de violencia dejó marcas en una colectividad que a veces se muestra temerosa de hablar con la prensa o dejarse fotografiar para una nota como esta. 
En los puestos de todos los mercados hay, sobre todo, mujeres. Mujeres que compran y venden. Y sobre eso también hay estudios académicos: la bolivianización trajo la "feminización" de la horticultura, y lo que antes era trabajo de hombres, sobre todo en los mercados, lo coparon las mujeres con sus delantales azules. Entonces, a la madrugada, quinteras y verduleras negocian precios mientras los hombres de la familia se encargan de encontrar un buen lugar para estacionar. En Escobar, Carina, que llegó a la Argentina cuando era una beba, es una de ellas. Ahora tiene 21 años y está casada con Pablo, que nació en Pilar y es el hijo de Alejandro Pérez Martínez, potosino y quintero de Colonia Urquiza, muy cerca de La Plata. A la una de la mañana, Carina atiende un puesto junto a sus dos hermanos adolescentes: un flaquito y un gordito que, cuando no están acomodando cajones, manosean el celular. Mientras tanto, su suegro atiende un segundo puesto en el Mercado de Abasto de Beccar, en San Isidro, en un sector reservado a los quinteros bolivianos. 
Alejandro es potosino, pero habla con acento argentino y ya no soporta la altura cuando vuelve de visita a Bolivia. Anda dando vueltas por la Argentina desde la década del setenta. "Me trajo un pariente mío, un primo hermano. Llegamos a Escobar, donde no había mercado, solo pasto y campo, para las quintas –recuerda–. Ahí empezamos trabajando flores y un poco de frutillas, con un portugués". Cuando era soltero anduvo "boludeando por Tucumán, de acá para allá": "Trabajé por todos lados, en las quintas, en Lules, San Pedro, cosechando tomates, zapallitos. Era muy sacrificado, muy bajito pagaban por surco. Yo trabajaba fuerte, hacía treinta pesitos en esa época". En José C. Paz fue mediero con un japonés que le enseñó a trabajar las frutillas. Ahí se puso su primer invernáculo con tomate, lechuga y verdeo. 
Sus recuerdos muestran cómo, alrededor de la horticultura, siempre hubo un cruce de nacionalidades: "Los portugueses eran bravos. Tenías que trabajar bien, bien limpito, no hacer verdura con yuyos, todo limpito y, si no hacías así se enojaban, no te llevaban la mercadería. Los japoneses también eran malos, bravos eran, pero eso también era bueno para vos. Nosotros un día salimos a pasear y no regamos las frutillas; al día siguiente, el japonés nos quería echar". La primera vez que alquiló una quinta, entregaba la verdura a un puestero del Mercado Central, pero lo estafaban: "Ahí vos mandabas la mercadería y te decían ‘mirá que se pudrieron tantos cajones’ y no te hacían mirar, te engañaban. Entonces, ¿qué hicimos nosotros? Teníamos que ir al mercado. Ahí nosotros vendemos, barato, pero vendemos todo". 
La horticultura argentina alguna vez fue de los portugueses e italianos, pero inmigrantes bolivianos dominan hoy el circuito de producción y comercialización. De las quintas a las verdulerías, un recorrido con veinte horas de mano de obra familiar, poder femenino y una búsqueda de prosperidad.
  • Silvia Mamani Chiquillana es puestera en el mercado de Beccar.

Después de muchos años, los Pérez Martínez pudieron lo que los Romero todavía no pueden: dejar la quinta en manos confiables y salir a vender. Y como ahora le va mejor y su quinta se complejizó, evita ponerle el cuerpo al invernáculo y, sobre todo, no quiere que lo pongan sus hijos. Así como los viejos campesinos italianos soñaban con el hijo doctor, hoy los Pérez Martínez encarnan el progreso de la colectividad boliviana: de sus cinco hijos, el más grande estudia Arquitectura y otra cursa Medicina en La Plata. 
Lo que se ve 
Entre Cochabamba y Buenos Aires hay 2.064 kilómetros. Felisa García Espinoza los recorrió en colectivo cuando tenía 20 años y acá la esperaba un tío. Ahora tiene 39, dos hijos, un marido y la mejor verdulería de Parque Chas. Sentada frente a la caja registradora, cobra la verdura y la fruta que ella misma eligió de madrugada en el Mercado de La Matanza. Para llegar hasta ahí se levanta todos los días a las tres de la mañana. El despertador también suena para Tito, su marido, cochabambino como ella. Eran vecinos en Quillacollo, pero se conocieron en Lomas del Mirador. A las tres de la tarde, Felisa bosteza frente a la caja: todavía le quedan seis horas. 
Con ellos dos viven también Tanya y Mary, las hermanas de Felisa, que tienen una verdulería por Agronomía. En unas habitaciones que construyeron detrás de la casa, duermen nueve chicos y chicas de entre 18 y 25 años que trabajan en la verdulería, sobrinos o hijos de conocidos que dejaron Bolivia para vivir en la Argentina. Felisa y Tito los reciben como alguna vez alguien los recibió a ellos. "Cuando mi hermana tuvo sus ayudantes argentinos, peruanos, paraguayos, no aguantaban el trabajo. Por eso uno busca trabajar con sus familiares, porque sí o sí, por respeto, trabajan", explica Tanya, la menor de las García Espinoza, que llegó a Buenos Aires en 2012 para ayudar a sus hermanas, pero espera volver a Bolivia el año que viene y convertirse en enfermera. 
En la verdulería siempre hay que hacer algo. Ni Felisa, ni Tito ni Tanya paran para charlar. Están cansados, pero siguen: en una hora de charla Tanya pela choclos, arma cuarenta docenas de huevos, lava apio, quita las hojas manchadas a la lechuga, barre, acomoda los cajones afuera para que no les pegue el sol. A la tarde, Felisa y Tito se turnan para dormir un rato la siesta en un cuartito que tienen atrás. Ese es un lugar prohibido a los clientes: una cortina de tiras de plástico los separa del local. Ahí los fines de semana, a veces, Tito mira un rato un partido de fútbol. "Nosotros toda la semana esperamos que llegue el sábado a la noche, porque estamos muy cansados. El domingo que no hay mercado podemos dormir hasta las seis o siete", cuenta. 
Tito tiene cinco hermanos. Cuatro están acá y todos trabajan en verdulería. Felisa cree que sus paisanos pusieron verdulerías porque la mayoría trabajaba en Bolivia en algo relacionado con las verduras. "Sobre todo las mujeres", especifica. No lo dice, pero habla de ella: su papá era agricultor, tenía una parcela. Desde chicos, ella y sus hermanos lo ayudaban. Felisa fue la primera en migrar. Cuando más o menos se acomodó, mandó a llamar a su hermano. 
La verdulería es el único lugar donde el trabajo de la comunidad boliviana gana algo de visibilidad. Se puede no saber quiénes producen lo que comemos o en qué condiciones viven, se puede ignorar con qué sustancias son fumigadas las verduras con las que preparamos ensaladas o cómo un plaguicida afecta la salud del hombre o la mujer que lo aplican, pero a la verdulería hay que ir todos los días. Y como pasó con la quinta o los mercados, también en la venta minorista la inmigración italiana y la portuguesa dejaron su lugar a la boliviana, a medida que se afianzaban económicamente y se movían hacia otros rubros más rentables y menos sacrificados. Las mujeres bolivianas empezaron a vender a la salida de los supermercados, ofrecían buen precio y siempre volvían, sin importar cuántas veces las corrían. Felisa y su hermana empezaron así, hasta que pudieron alquilar un local. Ahora, quince años después, en el Mercado de La Matanza, pasan juntas por los puestos que atienden sus paisanos, negocian, eligen y después el changarín les lleva los cajones hasta el camión que maneja Tito. Por cada uno pagan una seña de veinte pesos. Es de noche todavía cuando la caja está cargada y los tres salen rumbo a la verdulería. De camino, levantan a Tanya y a los chicos. Cuando llegan, bajo tierra cruza el primer subte del día. 

20170427

APORTE ECONOMICO DE LA COMUNIDAD BOLIVIANA EN ARGENTINA CON LA HORTICULTURA



Ensalada mixta

 Por Julian Blejmar

La comunidad boliviana representa la segunda en importancia de acuerdo con datos de la Dirección Nacional de Migraciones. Suma cerca de 450.000 pedidos de radicación resueltos en los últimos 10 años y muchos otros “sin papeles” que, según fuentes del consulado boliviano y de la Organización Internacional para las Migraciones, podrían triplicar dicha cifra. Se calcula que alrededor del 65 por ciento tiene entre 18 y 40 años. Existen pocos estudios sobre la contribución de la comunidad boliviana a la economía argentina. Sin embargo, diversos trabajos enfocados en la horticultura exhiben su gran aporte en la producción de alimentos.
Más del 80 por ciento de las verduras y el 30 por ciento de las frutas que se consumen en el país proviene del trabajo boliviano, una de las pocas comunidades que está dispuesta a realizar este tipo de labor, por ser “muchas veces ingrata y muy desvalorizada socialmente”, señaló a Cash el ingeniero del INTA Pedro Aboitiz. En esta misma línea, la Federación de Productores Hortícolas de Buenos Aires (Fedeprohba) indica que en los últimos 15 años el aporte de los inmigrantes limítrofes a la horticultura –calculando que 70 por ciento son bolivianos– fue fundamental para la economía.
Aboitiz realizó uno de los estudios en los que detalla el intenso y coordinado trabajo de los bolivianos en la horticultura en Escobar y Pilar, partidos que junto a Moreno, La Plata y Florencio Varela representan el grueso de la producción dentro del Gran Buenos Aires. La horticultura estuvo durante décadas dominada por italianos y portugueses quienes a partir de la década del ’80, dejaron de trabajar sus propias tierras para contratar peones bolivianos. El sociólogo, investigador del Conicet y profesor de la UBA Roberto Benencia, uno de los mayores expertos en este tema, acuñó, por su parte, la denominación “Escalera hortícola boliviana” en un trabajo que realizó sobre la inserción de los bolivianos en el mercado de trabajo de la Argentina. Da cuenta del importante avance de esta comunidad sobre todo el eslabón productivo, así como su fuerte incorporación en los diferentes mercados de distribución de verduras. Según Benencia, durante los últimos veinte años los trabajadores bolivianos efectuaron un trayecto por el cual pasaron de peones a “medieros”. Es decir, aportar en las inversiones y recibir un 40 por ciento de los ingresos por la venta, para luego convertirse muchos de ellos en arrendatarios y luego propietarios.
Un trabajo del docente de la UNLP Martín García exhibe que a partir de 1995 los hortícolas bolivianos comenzaron a transitar de un modo de producción con preponderancia de elementos campesinos a otro capitalista. A partir de 2002 alcanzaron además la expansión en la comercialización. Por eso, no sorprende que de los cerca de 30.000 compradores que semanalmente se dirigen al Mercado Central, el 60 por ciento sea boliviano. Aboitiz explica que actualmente los bolivianos dedicados a la horticultura trabajan de forma sincronizada con todo su grupo familiar y otras redes de pertenencia, para lo cual pueden “importar” productos estacionales de una provincia a otra, logrando de esta forma una optimización de la oferta. Entre sus avances, este investigador resalta los varios invernaderos que trabajadores bolivianos provenientes de Tarija desarrollaron en La Plata, los cuales también les permiten ofertar sus productos sin depender de las oscilaciones climáticas.
Si bien los estudios se circunscriben a Buenos Aires, se sabe que este mismo fenómeno se repite en los cinturones verdes de Viedma, Río Cuarto, Mar del Plata, Bahía Blanca y Córdoba capital y en las provincias de Salta, Jujuy, Tucumán, Santa Fe, Corrientes, Río Negro y Chubut.
El cónsul adjunto de Bolivia, Antonio Abal, señaló a Cash que, fuera de los estudios mencionados, son pocos los trabajos que miden el aporte económico de la comunidad boliviana, aunque se sabe que los principales rubros a los que se dedican, además de la horticultura, son la construcción, fundamentalmente en la costa atlántica, y el textil.