Introducción
A partir de la década de 1990, los inmigrantes bolivianos cobraron mayor visibilidad en la agricultura periférica de la Ciudad de Buenos Aires (Benencia 1999 y 2002, Attademo 2006, entre otros) . Esta visibilidad se relaciona tanto con los aspectos simbólicos de los procesos identitarios como también con los contextos socio-económicos en los que estos procesos se articulan. Así, en un contexto nacional y regional en donde se comenzaron a sentir los impactos del ajuste neoliberal relacionados con la precariedad laboral y el aumento de la pobreza, el supuesto mito del melting pot que sostenía la imaginarización de una sociedad nacional blanca y europea (Briones, 2002) fue puesto en jaque nuevamente .
El Partido de Escobar es parte del Área Metropolitana de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital de la República Argentina, y está ubicado en la zona norte de la Provincia de Buenos Aires. En los últimos años su importancia relativa en el conjunto de la producción del área hortícola bonaerense disminuyó, lo que puede apreciarse –entre otras cosas- en la menor cantidad de explotaciones hortiflorícolas en comparación con las de los partidos de La Plata, Florencio Varela y Berazategui. En el Partido de Escobar se ha producido durante los últimos 20 años una ampliación del ejido urbano que se caracteriza por la construcción de countries y barrios privados en donde residen habitantes de muy alto poder adquisitivo. Este proceso se ha desarrollado sin la regulación de la Municipalidad local y, según el punto de vista de algunos escobarenses, con la anuencia de las autoridades gubernamentales locales en consonancia con la orientación ideológica de derecha del partido al que pertenecen.
Es en este contexto de una sociedad local urbana, moderna y blanca que se imagina a sí misma como el prototipo de la argentinidad del primer mundo que se ha articulado un contingente poblacional proveniente de comunidades rurales del altiplano boliviano, principalmente del Departamento Potosí, que alcanza en la actualidad aproximadamente 150.000 personas (Mampel, 2000). Los primeros inmigrantes bolivianos llegaron al partido de Escobar en la década de 1970, insertándose como mano de obra en las quintas frutihortícolas que estaban ubicadas en distintas áreas del partido, cercanas a las ciudades de Escobar y Matheu. Con el correr del tiempo y al ritmo de las modificaciones territoriales locales, también incursionaron en el comercio informal. Si bien en la actualidad algunos de los bolivianos residentes en Escobar consideran que sus apuestas migratorias fueron exitosas, ya que lograron ingresos que excedían con creces a aquellos que podían obtener en sus comunidades de origen, esto no quiere decir que consideren -o sean considerados- parte de la sociedad local.
De hecho, si uno camina por la ciudad de Escobar puede observar que algunos aspectos substanciales de la ciudadanía social, -como el derecho a cierta seguridad, a compartir la herencia social y a vivir de acuerdo a las pautas culturales propias, entre otras cosas (Pereyra, 2005)- no son parte de la vida cotidiana de los inmigrantes bolivianos. De hecho, el umbral de tolerancia para con ellos es muy bajo, lo que hace que muchos eviten transitar por este espacio público y, cuando lo hacen, oculten o minimicen ciertos marcadores visibles de su bolivianidad como el idioma quechua o la vestimenta, ya que se convertirían en indicadores objetivos de la pertenencia a una identidad extranjera subalterna que es estigmatizada por la sociedad local.
Sin embargo, estos marcadores se vuelven más visibles en el Barrio Lambertuchi (conocido también como Barrio Lucchetti) que está ubicado a sólo 3 kilómetros del centro de la Ciudad de Escobar. En este barrio se encuentra la sede de la Colectividad Boliviana de Escobar, institución que se materializa en tres instalaciones de gran envergadura: la Feria de Ropa, el Mercado Frutihortícola y el Polideportivo. Esta asociación civil, que nuclea a los residentes bolivianos en el Partido de Escobar y áreas aledañas, surgió a principios de la década de 1990 con el objeto de “aunar fuerza” para “representar” a los “paisanos” ante las autoridades locales y contrarrestar los efectos de la “discriminación”.
En esta ocasión presentaré el avance de una investigación sobre la Asociación Civil Colectividad Boliviana de Escobar. Entre agosto de 2006 y marzo de 2007 he realizado trabajo de campo etnográfico a través de observación participante durante mi estadía en el Barrio Lambertuchi y de entrevistas en profundidad realizadas a distintos agentes sociales involucrados con la Asociación: socios de distintos años de antigüedad, lugar de procedencia, género, edades, inserción laboral y jerarquía en la institución; y, no socios tanto bolivianos como argentinos. Consideraré especialmente los relatos de mis interlocutores sobre la historia de la institución, tomando en cuenta que los mismos fueron re-presentaciones del pasado que los narradores realizaron desde el presente de la enunciación.
Focalizaré este análisis en las relaciones entre los procesos de comunalización (Brow, 1990) que articulan los inmigrantes transnacionales en las sociedades de destino y la emergencia de identidades que remiten a su condición específica de extranjeros, en el caso de la Asociación Boliviana de Escobar. Señalaré las maneras en que los bolivianos se han articulado –antes que integrado, asimilado o aculturado- en la sociedad de Escobar. Así, consideraré a las migraciones como complejos procesos de hibridez y heterogeneidad cultural en los que los inmigrantes ponen en juego un capital social y cultural conformado por redes de parentesco y de paisanaje, rituales y ceremonias, éticas y saberes locales, en el marco de las diversas estrategias de sobrevivencia y desarrollo material y simbólico que implementan en los espacios sociales en los que se articulan.
A continuación exploraré los aspectos de esta asociación de inmigrantes que conllevaron a su surgimiento y a su reconocimiento actual como “una de las colectividades bolivianas más importantes en la Argentina”. Plantearé que su emergencia fue posible merced a la institucionalización de redes de parentesco y paisanaje preexistentes. Analizaré el proceso de crecimiento de la asociación en relación al aumento de su visibilidad en el espacio económico, social, político y simbólico local. Por otra parte, argumentaré que su búsqueda de mejores condiciones de inserción material y simbólica en la sociedad receptora se vincula con la apelación a una identidad proactiva que se articula a partir de la clave ‘condición de extranjería’ disputando las definiciones hegemónicas de ciudadanía, derechos humanos, legalidad e informalidad.
El mito de fundación
Es sugerente el hecho de que la mayoría de los socios de la Colectividad Boliviana de Escobar hayan coincidido en plantear que la misma se originó en 1991 a partir de que un “paisano” mató, en “defensa propia”, a un “delincuente” que lo había asaltado. Es decir, el mito de fundación de la organización está vinculado a un acontecimiento traumático en términos de la articulación de los inmigrantes bolivianos en la sociedad local.
Cabe preguntarse por qué se marca desde el presente de la enunciación la “formalización” de la entidad a partir de la organización de los bolivianos residentes en la zona para defender a un “paisano” que fue víctima de un hecho delictivo y, también, por qué se señala que esta situación de “inseguridad” se debía a actitudes discriminatorias y xenofóbicas por parte de los “gringos” o argentinos.
La vulnerabilidad de los residentes bolivianos de la zona norte del área hortícola bonaerense frente a prejuicios discriminatorios y hechos violentos por parte de los habitantes locales no-bolivianos ha tenido picos de recrudecimiento en distintos momentos desde fines de los 1980s hasta la actualidad en relación a diversas situaciones económicas, sociales y políticas locales y nacionales (Benencia, 2002). En el presente de la enunciación de los relatos, situaciones de “maltrato” similares habían recrudecido en el Partido de Escobar a través de secuestros, asaltos y otro tipo de “discriminaciones” tanto hacia los residentes bolivianos de manera individual como hacia la Asociación como colectivo social.
Por otra parte, en estos relatos se señala que sólo a través de la “formalización” de la Colectividad podrían poner en conocimiento de las autoridades gubernamentales, tanto argentinas como bolivianas, su situación de vulnerabilidad como “bolivianos” frente al “maltrato” de los “delincuentes”. Así, se marca como fecha de fundación de la asociación, de “formalización” de la misma, al momento en que la misma obtuvo su “personería jurídica” y su “estatuto”. Se reconoce como “fundadores” e “ideólogos” a quienes fueron los miembros de la primera comisión directiva de la entidad reconocida legalmente como tal por las instituciones argentinas.
Sin embargo, esta forma organizativa que se inició en 1991 no fue la primera. Tal como lo relatan distintos entrevistados, había habido intentos previos de organización en el área que fueron motorizados por algunos de quienes posteriormente serían parte de la organización “formalizada”. Estos intentos previos dan cuenta de que las redes locales de parentesco y paisanaje ya estaban congregando a los inmigrantes bolivianos en distintos ámbitos de socialización que conllevaron una mayor visibilidad en el espacio público, lo que fue una condición necesaria para la emergencia de la organización.
Redes de parentesco y paisanaje, ámbitos de socialización y espacio público
Como dije más arriba, a partir de la década de 1970 los inmigrantes bolivianos comenzaron a trabajar en las quintas de la zona norte del área hortícola bonaerense, ubicadas en distintas áreas de los partidos de Escobar y de Pilar. Lo hacían como “tanteros” y “medieros” para “patrones” portugueses o italianos, pero también algunos de los que llegaron más tempranamente ya habían logrado, para fines de los 1980s, “trabajar por su cuenta” como arrendatarios y contratar, a su vez, a medieros o tanteros .
El reclutamiento de la mano de obra boliviana en las “quintas” se daba a través de redes familiares y de paisanaje que operaban de distintas maneras . Por ejemplo, quienes eran inmigrantes permanentes y trabajaban como “medieros” mandaban a llamar a sus familiares para que “ayuden” en los períodos de mayor trabajo o para que trabajen como “medieros”. También, los inmigrantes temporales comentaban “lo bien que se trabaja en Buenos Aires” cuando volvían a Bolivia, lo que llevaba a familiares o vecinos a iniciar sus apuestas migratorias en la producción frutihortícola de la zona. Otra posibilidad era que quienes lograban “trabajar por su cuenta” fueran personalmente o “mandaran a buscar” gente a Bolivia para trabajar para ellos. Por otra parte, “el boliviano” era muy “cotizado” por ser considerado muy buen “trabajador”, lo que llevó a que incluso inmigrantes que llegaban a la estación de Retiro llevados por las ganas de conocer la ciudad de Buenos Aires, se arriesgaran a ir hacia Escobar a probar suerte y, en el término de dos días, consiguieran trabajo con sólo recorrer las quintas y preguntar si había trabajo.
Pero las características de la vida cotidiana no permitían que los “quinteros” transitaran otros espacios más allá de las quintas durante los días “privados”, es decir, de lunes a sábado. Esto se debía a una conjunción de distintos factores: el ritmo de trabajo “de sol a sol”, el temor debido a su condición de “indocumentados”, las artimañas de los “patrones”, la ubicación de las “quintas” que se encontraban lejos de los centros urbanos de Pilar o Escobar, o el desconocimiento de los códigos comunicacionales locales de los “argentinos”, entre otros.
Sin embargo, los días domingos eran los momentos en que algunos “quinteros” se relacionaban más allá de los límites de las quintas. Los campeonatos de fútbol y las actividades religiosas propiciaban el encuentro en espacios cercanos a las mismas, localizados en lo que actualmente es el Barrio Lambertuchi. Así, se organizaron equipos de fútbol, conformados por quienes trabajaban en una misma quinta o por quienes provenían de un mismo pueblo o comunidad. Estos equipos de fútbol se juntaban a jugar los domingos por la tarde en un campo “prestado” primero y, luego, en uno “alquilado”. Por otra parte, el domingo por la tarde también era el momento en que los fieles de una de las iglesias evangélicas que hoy existen en la zona se congregaban en el galpón de su pastor, ubicado en el mismo barrio, muy cerca de los campos en los que se jugaba al fútbol.
Era el domingo por la tarde el momento en que se circulaba información de diversos tipos: quién necesitaba gente para trabajar y en dónde, si había llegado algún conocido, qué dificultades había en la relación con los argentinos, entre otras tantas cosas. Pero también se afianzaban las redes de parentesco y paisanaje a través de la organización de actividades vinculadas con los campeonatos de fútbol (conseguir un espacio para hacerlo, comprar los trofeos, convocar a los equipos) y con las celebraciones religiosas (disponer de un espacio y convocar a los fieles) que implicaban la relación no sólo de los “paisanos” entre sí, sino también de éstos con el resto de los vecinos del Barrio Lambertuchi y de Escobar.
Junto con estos eventos, realizados en espacios muy cercanos entre sí, comenzaron a desarrollarse otras actividades en las que además de información y relaciones sociales también circulaban bienes. Así, mientras los futbolistas jugaban y los fieles salían de los encuentros religiosos, algunos “paisanos” se instalaban alrededor de las canchas de fútbol para vender comidas y bebidas “típicas” de Bolivia. Poco a poco, la cantidad de estos vendedores fue aumentando hasta que se formó una feria en una de las calles del barrio en donde no sólo se vendían refrigerios sino también ropa y verdura.
Por un lado, se congregaron en un espacio fijo los vendedores ambulantes que recorrían las quintas ofreciendo a los trabajadores diversos artículos tales como ropa y enceres debido a que éstos no iban al centro de Escobar para adquirirlos. Por otro lado, también algunos de los “quinteros” aprovecharon la ocasión de vender localmente las verduras que producían, lo que era beneficioso tanto para los que habían logrado “ponerse por su cuenta” pero que tenían dificultades para comercializar sus productos en los mercados regionales, como para algunos “medieros” que lograban ocultar parte de la cosecha y sacarla de las quintas para comercializarla por su cuenta sin que los patrones se dieran cuenta .
Estas actividades comerciales también conllevaron el afianzamiento de las redes de parentesco y paisanaje ya que la institucionalización gradual de la feria requirió de una organización del espacio (conseguir un lugar y distribuir los puestos de los feriantes) y del tiempo (determinar los horarios y días de funcionamiento según los rubros: venta de verduras los días “privados” y venta de ropa los días domingos). Por otra parte, la feria constituyó un ámbito de socialización que concentraba a los residentes bolivianos en la zona y que produjo un aumento de visibilidad ante los habitantes no bolivianos del barrio y las autoridades locales. Así, algunos vecinos comenzaron a quejarse por la “suciedad de las calles”, la policía corría a los feriantes porque “no podían vender en la vía pública”, y la municipalidad local trataba de control y regular el funcionamiento de un emprendimiento comercial eminentemente informal.
Hasta aquí he señalado que a fines de la década de 1980 los bolivianos residentes en el partido de Escobar y en algunas zonas del partido de Pilar se congregaban en el Barrio Lambertucchi para realizar distintas actividades tales como campeonatos de fútbol, celebraciones religiosas y compra-venta de bienes. Estas actividades, en la medida en que fueron convocando a mayor cantidad de “paisanos” y no-paisanos, requirieron de una mayor organización para su funcionamiento interno y para relacionarse con el contexto local.
La movilización de trayectorias y capitales sociales
He dicho que antes de la “formalización” de la Colectividad Boliviana de Escobar hubo otros intentos de organización. Hacia mediados de 1985 los campeonatos de fútbol se realizaban en un campo que les “prestaba” su cuidador, quien era argentino, a cambio de algún “regalo” que le hacían los inmigrantes bolivianos en forma de pago. Sin embargo, debido a que en cierta oportunidad la cancha fue prestada a algunos “gringos” del barrio, los bolivianos no pudieron continuar el campeonato porque –según argumentaban los otros vecinos que querían jugar allí- “la tierra era de argentinos”. Por lo tanto, los bolivianos debieron terminar el campeonato en la cancha de una quinta que les prestaron. Fue así que algunos “paisanos” se movilizaron para buscar otro lugar.
En 1986, el pastor de la Iglesia Evangélica que destinaba el galpón de su casa a las celebraciones religiosas prestó el salón para que se reunieran algunos “paisanos” para impulsar la organización de los residentes bolivianos en la zona. Este pastor había sido un “referente” de muchos “paisanos” que llegaban a Escobar porque después de haber trabajado en una quinta, se mudó a una casa en el Barrio Lambertuchi. Allí puso un almacén en donde compraban los trabajadores de las quintas cercanas. A la vez, daba alojamiento a los “paisanos” que llegaban a la zona y les “conseguía trabajo”, ya que sabía quién estaba trabajando en cada quinta y “los conocía a todos”.
La organización cobró forma y el pastor fue electo presidente, cargo que desempeñó durante los siguientes tres años. Esta organización estaba conformada por miembros de la Iglesia entre los cuales había representantes de las distintas zonas en las que estaban las quintas frutihortícolas, quienes se reunían todas las semanas luego de participar de la celebración religiosa. Entre los objetivos de esta organización estaba el “tener un lugar amplio, privado, para hacer deporte” por lo que decidieron alquilar el predio en el que actualmente funciona el Paseo de Compras República de Bolivia (conocido como la “Feria de Ropa”) de la Colectividad. Debido a que todavía no tenían una organización jurídica, alquilaron el predio en nombre de un “compatriota” quien era miembro de la incipiente organización, y lo limpiaron para “hacerlo cancha deportiva”. Pero el alquiler del mismo requería de disponer de fondos que la organización todavía no tenía. Por lo tanto convocaron a otros “paisanos” -que no necesariamente eran miembros de la Iglesia, que “ya trabajaban por su cuenta” y que ya “eran patrones”- para que “apoyaran a la institución”, es decir, para que “colaboraran” con algún aporte monetario.
De esta forma los miembros de esta organización, conformada por los fieles de la Iglesia y por aquellos otros paisanos que “apoyaron” a la institución, recaudaron los fondos necesarios para el alquiler del predio. Además, una vez alquilado el campo, una forma de contar con un poco de dinero para financiar los gastos de alquiler y de trofeos provenía otras recaudaciones: de las ventas de bebidas y sándwiches durante los campeonatos, del monto que cobraban a los equipos como condición para participar de los eventos, y de los ingresos que podían obtener de la organización de algún baile.
Posteriormente, la feria que funcionaba en la calle se trasladó a dicho predio debido a que las “autoridades los perseguían”. Si bien los primeros feriantes traían volúmenes pequeños de mercadería, con el tiempo comenzaron a entrar los “camioncitos” de los quinteros a quienes también se les cobraba un monto para permitirles vender en el predio, lo que llevó a que la organización tuviera más “entraditas”.
Otra actividad que se implementó en esa época fue la celebración de la fiesta patria, el 6 de agosto, día de la Independencia Boliviana, y del día de la fundación de Potosí, ya que la mayoría de los bolivianos residentes en Escobar proceden de dicho departamento . En estas fiestas, que se realizaban los días sábados más próximos a la fecha en cuestión para facilitar la participación de los trabajadores, también se vendían bebidas y comestibles para “buscar el fondo para pagar el alquiler o para comprar” algún insumo que se necesitara .
De esta forma, entonces, los integrantes de esta primera organización eran personas que podían “poner de su bolsillo” en pos de la organización, es decir, migrantes bolivianos que habían logrado ascender en la escalera boliviana hasta llegar a ser arrendatarios o propietarios de quintas, o bien que habían dejado el trabajo en la producción frutihortícola con cierto respaldo económico que le permitió dedicarse a actividades vinculadas con el comercio informal. Esto era así porque en estos años previos a la “formalización” de la entidad, las recaudaciones eran magras ya sea porque no eran muy cuantiosas, o porque ciertos desacuerdos entre los integrantes de la organización en ciernes llevaban a que algunos se quedaran con lo recaudado.
Pero además de la necesidad de “tener un lugar” y de “conseguir fondos” para funcionar, los miembros de esta organización estaban preocupados por otras cuestiones, las cuales pudieron afrontar en virtud a la trayectoria no sólo económica (como en el caso de los patrones o quinteros “por cuenta propia” que “colaboraron”) o socio-simbólica (como en el caso del pastor de la iglesia evangélica), sino también socio-organizativa. Es decir, hubo entre los “socios fundadores” personas que contaban con capacidades para convocar a los “paisanos” que vivían en la zona y, también, para relacionarse con profesionales o autoridades que los pudieran ayudar a plasmar una organización legitimada en el marco de la legislación argentina.
Así, los miembros de esta incipiente organización se daban cuenta de que los trabajadores de las quintas tenían problemas para legalizar su situación de inmigrantes. Los representantes de las distintas áreas en donde se localizaban las quintas traían noticias sobre las distintas dificultades que tenía cada trabajador quintero boliviano de su zona: “tiene o no tiene documento”, “fue abusado por alguna autoridad o no”. Fue así que en el año 1986 esta entidad decidió realizar un censo de la población boliviana en todas las quintas de la zona, especificando “nombre”, “edad”, “familia a la que pertenece”, “quinta en la que trabaja” y la situación con respecto a la documentación como inmigrante extranjero de cada persona. Este recorrido de los miembros de la directiva (el pastor evangelista y los representantes de las distintas zonas) por cada una de las quintas, pidiendo autorización de los patrones “con todo respeto”, para saber cuántos bolivianos había también propagó la noticia entre los “medieros” y los “tanteros” bolivianos sobre la incipiente organización, logrando en algunos casos que ellos también “colaboraran” en la recaudación, lo que los habilitaba para participar en las asambleas generales. Pero también, facilitó la toma de conocimiento por parte de los miembros de la organización sobre las dificultades vinculadas con su situación migratoria que tenían los bolivianos de las quintas visitadas. Así, se organizaron para alquilar un vehículo y “acompañarlos a la migración para que tramiten personalmente el documento”.
Además, otra de las tareas de esta incipiente institución fue pedir el asesoramiento de personas “con estudio” que los pudieran orientar en las cuestiones legales de la organización y en los reclamos a las autoridades locales. Así, se invitó a todo aquel profesional que los integrantes conocieran y se aprovecharon los contactos que cada uno de ellos pudieran tener. También, se consultó a diversos abogados y se acudió a la Embajada y al Consulado de Bolivia.
Por otra parte, esta primera organización comenzó a cobrar visibilidad en la sociedad local y regional en tanto “colectividad boliviana” ya que sus directivos fueron invitados a un programa de radio de la ciudad de Buenos Aires al que fueron en tres oportunidades pero dejaron de hacerlo debido a la distancia. Además, ya eran reconocidos por las autoridades locales como “representantes” de la comunidad boliviana puesto que en 1986 participaron de un acto cívico en honor de un prócer argentino, invitados por la Municipalidad de Escobar y la Asociación de Entidades de Belén de Escobar.
Fue así como esta forma organizativa comenzó a proyectarse hacia el afuera como un colectivo de identificación articulado en torno a diacríticos vinculados con su condición de extranjería. Esto fue posible gracias a la experiencia organizativa de algunos de los miembros. Algunos, como el pastor evangelista, habían tenido un rol importante como “referente” de los inmigrantes en la zona y como organizador de actividades religiosas. Otros eran quienes articulaban las redes vinculadas a los campeonatos de fútbol. Otros, los “patrones” y los “medieros” eran referentes laborales de quienes trabajaban en sus quintas. Había quienes tenían contactos con las autoridades municipales y con algunos referentes locales debido a sus actividades comerciales. Y, también, había quienes se habían desempeñado como dirigentes mineros en las comunidades o pueblos bolivianos antes de migrar a la Argentina. Estas distintas trayectorias y capitales sociales fueron puestos en acto por los bolivianos interesados en “impulsar” la organización.
La mediatización de la subalternidad en clave de extranjería
Algunos de los integrantes de esta primera organización, que fue denominada Asociación de Productores Residentes Bolivianos, fueron los “socios fundadores” de la actual Asociación Civil Colectividad Boliviana de Escobar que se “formalizó” alrededor de cinco años después de los inicios de la primera. Estos “socios fundadores”, reconocidos en el presente como tales, lograron homogeneizar los marcos identitarios al interior de la organización, lo que la convirtió posteriormente en el colectivo de identificación de todos los residentes bolivianos en el norte del área hortícola bonaerense. De hecho, aún quienes están en desacuerdo en la actualidad con algunas acciones de la entidad, no dudan en reconocer que la misma es “un símbolo (…) un monumento para nosotros” o “un pedazo de Bolivia”. Sin embargo, los procesos de formación de grupo que conllevaron a la articulación de este sentimiento de pertenencia a una comunidad inmigrante boliviana articulada en una sociedad posmigratoria extranjera llevaron su tiempo y se iniciaron antes de la “formalización” de la organización.
De hecho, la articulación de un sentimiento de pertenencia a un colectivo de identificación requiere de la existencia de un Otro del cual distinguirse y ser distinguido, pero ante el cual mantener a su vez ciertas pretensiones de reconocimiento. Ese Otro estaba conformado en el caso bajo estudio por la ciudadanía argentina en general y por la de Escobar en particular. Esto llevó a que no sólo se articularan ciertas reivindicaciones como grupo de inmigrantes bolivianos y extranjeros (identidad en clave de condición de extranjería), sino también que las mismas estuvieron atravesadas por el contexto de su producción, es decir, por el marco de la lógica legal y cultural de la sociedad argentina.
Esto se pone en evidencia, por ejemplo, en la modificación del nombre de la entidad que se formalizó en 1991 con respecto a su antecesora de 1986. El nombre elegido para el primer intento organizacional que he descrito fue: Asociación de Productores Residentes Bolivianos. Este nombre marcaba la condición de extranjería pero re-significando la condición de inmigrantes rural-urbanos del país de procedencia, ya que se utilizó un nombre similar al que utilizan las asociaciones que, en distintas ciudades de Bolivia, nuclean a inmigrantes provenientes de diversas regiones de dicho país.
Mientras que la organización que se formalizó en 1991 lo hizo con el nombre Asociación Civil Colectividad Boliviana de Escobar. El mismo marca distintos elementos de sentido que remiten a la articulación en la sociedad de destino. Por un lado, se hace mención a una forma organizativa vigente en el derecho administrativo argentino; por otra parte, se emplea el término Colectividad que re-significa las maneras de (auto)marcarse de otros grupos de inmigrantes extranjeros que existían en aquella época en Argentina en general y en Escobar en particular -por ejemplo, los bolivianos tenían fluidas relaciones con la colectividad japonesa que residía en la zona-; y, finalmente, se señala el nombre de la sociedad posmigratoria en la que los inmigrantes bolivianos se articulan: Escobar.
Pero no sólo los inicios de esta institución dan cuenta de un proceso de comunalización de un grupo de inmigrantes que articuló una identidad colectiva como bolivianos en clave de extranjería en relación al afuera, también existió un proceso de formación de grupo que articuló una identidad colectiva hacia el interior. Esto no supuso la construcción de un ghetto en el cual poder reproducir comportamientos considerados como prístinos preservando una supuesta identidad esencial. Más bien, implicó la articulación de un sentimiento de pertenencia a un colectivo de identificación caracterizado por ser un grupo de “extranjeros” que ya no son de allí –Bolivia-, pero que tampoco son de acá -Escobar-, tensión que se mantuvo hasta el presente. Veamos.
Algunas “cabezas” de la organización de fines de la década de 1980 consideraban –y siguen haciéndolo en la actualidad- que era necesario que los bolivianos modificaran ciertas costumbres para lograr mejorar su “integración” en la sociedad local. Así, entre algunas de las sugerencias que los directivos hacían en 1986 a los socios en el discurso realizado en la fiesta en homenaje a la conmemoración de la independencia boliviana, se encuentran recomendaciones tales como: tener ciertas pautas de aseo personal, no emborracharse y conducir vehículos de acuerdo a la normativa argentina.
Estas sugerencias apuntaban a cambiar algunos diacríticos que tanto en aquella época como en la actualidad se (auto)marcan como característicos de cierto estereotipo de “los bolivianos” en Escobar: “sucios”, “tomadores” y “duros” (en el sentido de no atenerse a la normativa local). Cabe señalar que estos diacríticos no sólo marcan la identidad subalterna de los inmigrantes bolivianos en el seno de la sociedad posmigratoria local, sino que también constituyen marcas identitarias que señalan las diferencias regionales en el país de origen. Los “coyas”-“indios”-“campesinos”-del altiplano (zonas rurales de los departamentos de Potosí, Oruro y La Paz) serían (auto)marcados por estas mismas características en oposición a los “cambas”-“blancos” del departamento Santa Cruz .
Sin embargo, este interés por invisibilizar ciertos diacríticos de la identidad boliviana que evidenciarían la subalternidad de la misma en el seno de la sociedad posmigratoria remitía a las ocasiones en que los inmigrantes bolivianos interactuaban con la sociedad de Escobar fuera del Barrio Lambertuchi y de los espacios de sociabilización propios de la organización. Por el contrario, en los espacios propios de la organización (Paseo de Compras, Mercado Frutihortícola y Polideportivo de la Colectividad Boliviana de Escobar), se propició -desde los intentos organizativos previos a la “formalización” de la misma hasta la actualidad- la marcación de ciertos diacríticos que son considerados distintivos de una identidad construida como boliviana en el extranjero. Así las comidas, los bailes, la música, la vestimenta, los actos conmemorativos, la decoración de los espacios públicos, entre otros, son señales objetivas de ciertos símbolos que condensan lo que es definido como lo “típico” boliviano en Escobar, y son re-centradas en distintas performances de esta organización.
Esta (des)marcación selectiva de ciertos diacríticos identitarios que realiza(ro)n los residentes bolivianos según los contextos de actuación da cuenta de la mediatización que realiza(ro)n de las condiciones de desigualdad en las que se articula(ba)n. Si bien existían –y existen- otras condiciones de desigualdad estructural que inciden en las condiciones de opresión de algunos integrantes de este grupo social, tales como las relaciones laborales y las condiciones de trabajo de los quinteros por ejemplo, no se definió ni se define como un problema la precariedad laboral ni las condiciones de explotación de los trabajadores. Más bien, lo que fue –y sigue siendo- considerado como una situación de injusticia, y que se evidencia en el mito de fundación, fueron los “abusos” y “maltratos” que sufrían los paisanos en tanto que extranjeros en una sociedad considerada “discriminatoria” y “xenofóbica”. Es decir, el proceso de formación de grupo de la organización de inmigrantes bolivianos en Escobar articuló un colectivo de identificación en clave de extranjería .
Así, en enero de 1990 se hizo una asamblea a la que se invitó a un asesor para que ayudara a formalizar la institución. En dicha asamblea participaron alrededor de 200 personas que “estuvimos maltratadas totalmente” y que se dieron cuenta que tenían que organizarse porque de lo contrario “la delincuencia siempre va a estar encima de nosotros”, porque en “la policía no nos daban importancia”, y en “la intendencia queríamos ir a pedir protección porque individual no se podía”. La necesidad perentoria de organizarse y superar las desavenencias y dificultades que lo impedían apuntaba a hacer saber a la sociedad local que “… las leyes para todo el mundo son iguales, no somos diferentes”.
Los “rubros de la informalidad”
En 1990 los dirigentes “fundadores” consiguieron el asesoramiento de una persona que les fue recomendada por la Embajada para ayudarlos en la gestión de la personería jurídica y en la redacción del estatuto. Por otra parte, este asesor consiguió la ayuda profesional de un abogado y realizó los trámites de inscripción de la Asociación Civil Colectividad Boliviana de Escobar en los organismos estatales argentinos en 1991 . La tramitación de la personería jurídica permitió a los directivos de la entidad, por un lado, ser reconocidos por las autoridades argentinas como representantes legítimos de los inmigrantes bolivianos en Escobar y, por el otro, gestionar de manera colectiva algunos de los emprendimientos comerciales informales que se habían iniciado anteriormente.
Así, el contrato por el alquiler del predio en donde se realizaban los campeonatos de fútbol y en donde se había iniciado la “venta de verdura” y la “feria de los domingos” -que había sido hecho a nombre de un particular integrante de la anterior organización- fue realizado a partir de ese momento a nombre de la institución. Este traspaso permitió que la entidad pudiera impedir que ciertos “interesados” pudieran “quedarse” con las incipientes ganancias producidas por la administración de estas actividades.
Sin embargo, esto no debería llevarnos a pensar que la institución en sus comienzos haya sido floreciente a pesar de que ya era reconocida legalmente. Durante la primera mitad de la década de los 1990 nadie “quería ser socio”, los directivos “iban por las quintas diciéndole a la gente que se asociara”, y la gente decía “no, ¿para qué?, ¿qué es eso?”. Entonces los directivos decían al potencial asociado: “Mirá lo que está pasando a los paisanos, haremos una institución para que nos represente ante las autoridades”. Pero la gente les decía “¿qué será eso?”. Por lo tanto, durante esos primeros años sólo había 300 socios.
Pero la insolvencia económica fue revirtiéndose a lo largo del tiempo. Si bien la institución se había inscripto legalmente como una Asociación Civil Sin Fines de Lucro ya que sus objetivos eran en un comienzo de índole deportivo-cultural, los ingresos provenientes de la incipiente “feria de ropa” y de la “venta de fruta y verdura” fueron aumentando considerablemente. Esto fue posible debido a la existencia de una estructura de oportunidades que favorecieron el desarrollo de lo que actualmente son dos emprendimientos económicos de gran envergadura en el espacio económico regional: el Mercado Frutihortícola y el Paseo de Compras.
El actual mercado comenzó en la calle “como empiezan las pequeñas cosas (…) siendo perseguidos por la policía, por bromatología (…) en el barro, llovía y te enterrabas hasta las rodillas”. Como ya hemos dicho, debido a las presiones de las autoridades locales la “venta de verdura” se trasladó al predio alquilado para los campeonatos de fútbol, y fue creciendo conforme se iban acercando cada vez más compradores provenientes de zonas cercanas. A la vez, a los “quinteros” les convenía vender en este mercado ya que de esta manera evitaban la intermediación de los acopiadores en los otros mercados del área hortícola bonaerense y sólo tenían que pagar una pequeña suma a la Colectividad para tener un lugar en el predio.
Pero poco a poco, los funcionarios gubernamentales aumentaron su presión a la Colectividad a través de diversas modalidades que iban desde el cobro de “coimas” y el “asesoramiento” para la habilitación del mercado y de la feria, hasta la persecución policial, el desalojo y la negación de la habilitación. A principios de la década de 1990 hubo un pico de cólera cuyas causas fueron atribuidas a las supuestas condiciones de insalubridad de la producción frutihortícola boliviana. Fue así que las autoridades municipales indicaron a los miembros de la Colectividad que no podían continuar vendiendo en esas condiciones, negándoles la habilitación del mercado en el predio que utilizaban desde fines de la década de 1980.
Los directivos de la Colectividad asumieron el desafío de hacer “un mercado bueno” y se propusieron una meta: “haremos un mercado”. Para entonces habían comprado 5 hectáreas a menos de diez cuadras del campo en el que funcionaba la feria, en donde construyeron en el año 1995 la primera nave de lo que actualmente es el Mercado Frutihortícola. La construcción de este edificio fue realizada gracias al aporte de dinero de todos los socios. Por otra parte, acudieron al Mercado Central de Buenos Aires para asesorarse sobre los requerimientos necesarios para lograr la habilitación y conversaron con los funcionarios de bromatología de la Municipalidad para que los asesoraran al respecto. Al año siguiente se construyó la segunda nave del actual Mercado y poco a poco se fueron haciendo distintas mejoras tales como la construcción de un comedor y una sala de reuniones, la pavimentación de una playa de estacionamiento, la construcción de dos naves más y la ampliación de la playa de estacionamiento, la parquización y forestación del predio, entre otros.
Fue así que la visibilidad económica y social de la institución creció alrededor de la comercialización de la producción frutihortícola. Esto fue posible por el esfuerzo de los socios de la entidad, quienes no dejan de recalcar que lo lograron “sin la ayuda de ningún político”, lo que los diferencia de otro mercado que fue creado en una localidad vecina en 2001 por la Colectividad Boliviana de Pilar con el apoyo tanto de la Municipalidad de dicho partido como del Gobierno Provincial. Pero también, este crecimiento confluyó con cierta estructura de oportunidades en el contexto económico nacional que impactó en la comercialización frutihortícola regional.
En la década de 1990, en el marco de las políticas económicas neoliberales del gobierno de Menem, la desregularización permitió la aparición de una serie de mercados mayoristas en el área hortícola bonaerense, paralelamente al ya existente Mercado Central ubicado en el periurbano de la Ciudad de Buenos Aires. El Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar fue el pionero en la zona norte del área hortícola bonaerense .
Estos mercados –y en particular el de la Colectividad Boliviana de Escobar por su antigüedad y envergadura- fueron cobrando visibilidad progresivamente a los ojos de las autoridades gubernamentales locales, provinciales y nacionales. De acuerdo a contextos de crisis o de recuperación socio-económica, estos mercados han sufrido el impacto de dos tendencias diferentes. En momentos de crisis tales como la del 2001, las políticas para con estos mercados han sido de menor control: desregularización, menor presión fiscal y mayor informalidad. En momentos de recuperación del consumo, la tendencia ha sido la opuesta: regularización, mayor presión fiscal y menor informalidad. La progresiva recuperación en los niveles del consumo que se ha observado desde la crisis de 2001, junto con el aumento de los precios de las frutas y verduras que se observó hacia fines del 2006 propició, entre otros factores, una tendencia hacia una mayor regularización de los mercados . Esto que impactó en la administración del Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar ya que debió adecuarse a una serie de normativas tendientes a aumentar la presión fiscal, controlar aspectos sanitarios y reducir la informalidad.
Por otra parte, la mayor visibilidad de los mercados “chicos” en contextos de recuperación socio-económica ha propiciado que algunos de ellos –de acuerdo a los lineamientos sobre desarrollo rural de los gobiernos de las distintas jurisdicciones municipales en las que se encuentran y de las alianzas que los dirigentes de los mercados hayan entablado con las autoridades municipales, provinciales y nacionales- en beneficiarios de políticas de apoyo explícitas o en víctimas de la falta de las mismas. El caso de la Colectividad Boliviana de Escobar se enmarca en este último grupo.
He dicho más arriba que la venta de frutas y verduras en esta institución comenzó a fines de la década de 1980 paralelamente a la “Feria de Ropa” de los domingos. Esta feria también fue cobrando gradualmente una importancia económica cada vez mayor y, concomitantemente, una mayor visibilidad en el espacio local y regional. Una vez que el Mercado Frutihortícola se trasladó a las instalaciones construidas para tal fin en 1995, se fueron mejorando y especializando las instalaciones del campo alquilado en los comienzos de la organización para destinarlas al funcionamiento de la Feria de Ropa. Así, se realizó un piso de cemento en el que se levantaron estructuras de metal distribuidas en pasillos para que armar los puestos los días domingos. Posteriormente se techó esta zona. Más adelante se compró un terreno aledaño para construir el Patio de Comidas. Se adecuó una parte del terreno para que funcione como estacionamiento. Se mejoraron las condiciones sanitarias de los baños y de los puestos de comidas. Y, en los últimos años, se construyó una oficina para que funcione la administración.
Estas mejoras dan cuenta de la importancia que tiene la Feria para el sostenimiento económico de la Colectividad. El crecimiento patrimonial de la misma se ha debido fundamentalmente a los ingresos provenientes del cobro del alquiler de los puestos a los feriantes, y se evidencia en la compra que la entidad hizo del predio destinado al Mercado Frutihortícola y, además, de un predio de 7 hectáreas en donde hoy funciona el Polideportivo. Así, los socios de la entidad consideran que la feria es “la vaca lechera” que abastece a la institución.
Al igual que en el caso del Mercado, el crecimiento de la Feria coincide con las oportunidades del contexto socioeconómico argentino signado por las políticas económicas neoliberales. En este sentido, durante la década de 1990 se evidenció, por un lado, el crecimiento del trabajo y del comercio informal y, por el otro, el desarrollo de un mercado de consumo de productos globalizado. La ampliación de este mercado de consumo hacia sectores subalternos implicó la emergencia de ferias en las que se pueden conseguir productos que copian a los de primera marca a precios comparativamente más bajos ya sea porque son imitaciones o porque aunque son auténticos son sacados de la cadena de comercialización de manera clandestina.
Así, lo que a fines de la década de 1980 era un ámbito de venta de alimentos “típicos” o de ropa u otros insumos para los inmigrantes bolivianos que trabajaban en las quintas cercanas, poco a poco fue transformándose en un establecimiento destinado al comercio informal al que acudían los vecinos del barrio, los habitantes de Escobar, y muchas personas provenientes de lugares más alejados. Este tipo de ferias son conocidas en la actualidad por los habitantes del área metropolitana de Buenos Aires como “boli-shopping”. En contextos de recuperación socio-económica, al igual que en el caso de los mercados chicos, este tipo de Ferias han sido objeto de preocupación por parte de las autoridades gubernamentales con el objeto de reducir la informalidad y aumentar la presión fiscal.
Reflexiones finales
De este modo, la Colectividad Boliviana de Escobar fue aumentando progresivamente su visibilidad económica, social y simbólica en el contexto local, regional y nacional en el que se articula. En la actualidad diversos agentes sociales consideran que esta organización está en “crisis” ya que se encuentra intervenida por el Ministerio de Justicia de la Nación debido a “problemas internos entre sus socios”. Sin embargo, los procesos organizativos no dependen exclusivamente de las capacidades de quienes los motorizan. Si bien no pretendo minimizar los conflictos al interior de la entidad, quiero señalar que éstos comenzaron a fines de 2001 motivando la intervención por parte del gobierno nacional para sanear esta situación, pero hasta la fecha la misma no ha sido resuelta. Más allá de las posibles dificultades “internas”, es dable suponer que en la “irresolución” de esta situación también influyen los condicionamientos del contexto económico, social y político en el que esta organización se articula.
He planteado más arriba que el Partido de Escobar está asistiendo a una re-configuración territorial caracterizada por la expansión de la urbanización de countries y clubes privados en áreas anteriormente destinadas a la producción frutihortícola. Entre otras zonas re-valorizadas por el mercado inmobiliario se encuentra el Barrio Lambertuchi y algunas áreas en las que todavía hay “quintas trabajadas por bolivianos”. Además, los dos emprendimientos comerciales administrados por la Colectividad Boliviana de Escobar son objeto de interés por parte de personas ajenas a la institución.
Es en este contexto que en el último tiempo se ha dado una nueva ola de “maltratos” a los “paisanos” en la zona, situación que constituye el presente de la enunciación que fue re-centrado en los relatos sobre la historia de la Colectividad que he analizado. El hecho de que se marque como mito fundacional el “maltrato” que sufrió un “paisano” por parte de los “delincuentes argentinos” pone en evidencia el marco evaluativo a través del cual se organiza la memoria. Los relatos de mis interlocutores no son meras narraciones de acontecimientos pasados, sino que son relatos morales que valoran el pasado desde el presente de la enunciación.
Así, el objetivo que llevó a los inmigrantes bolivianos a “aunar fuerzas” para reclamar a las “autoridades” por la “discriminación” que sufren los “paisanos” no solo refiere a la denuncia de una situación concebida como injusta a fines de la década de 1980. Este reclamo tiene también vigencia en el presente, en la que los miembros de la Colectividad Boliviana de Escobar demandan una mejora en las condiciones de inserción económica, social y simbólica, apelando a una identidad proactiva articulada en clave de ‘condición de extranjería’ y disputando las definiciones hegemónicas de ciudadanía, derechos humanos, legalidad e informalidad.
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